Historias de Aetérnum: Skye, hija de las lanzas

14 de abril de 2023
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historia

—¡Grace! ¿Dónde está Aidyn? ¡No quiero tener que enfrentarme a ti, pero no me quedará otra si no me lo dices!

Skye y Grace estaban al borde del campamento del Nido de Cuervos. Tenía un aspecto ruinoso, como si un caprichoso espíritu eólico hubiera recogido restos de las costas y los hubiera lanzado contra la falda de una montaña, pero allí Skye se había sentido a gusto, como si fuese más que una clienta de los Cuervos Plateados, el grupo de mercenarios dirigido por Grace O'Malley y el guardián del alma.

Se giró hacia el valle y se mordió con fuerza el interior de la mejilla. No quedaba mucho tempo y no quería ni imaginarse a Aidyn a merced de los varegos. Cada segundo que pasaba era demasiado. «Y, sin embargo, aquí estás, amenazando a alguien a quien llamabas amiga».

El maldito sigilo styrkr con el que Sin Rostro le había marcado la espalda no solo le había robado la fuerza física: hasta sus propios pensamientos se habían vuelto contra ella y la llenaban de resentimiento y dudas.

«Siempre has sido débil. No es la maldición, sino tus emociones. Ellas te hacen débil».

Cada vez era más difícil diferenciar sus pensamientos propios de los creados por la maldición y de los ecos de la crueldad de su padre. Decidir en cuáles podía confiar era tarea imposible.

Skye apretó los dientes, frustrada. —No te lo preguntaré otra vez, Grace. ¿Dónde está Aidyn?

Grace vaciló antes de hablar, que para ella era extraño como poco.

«Está pensando en qué mentiras quieres escuchar».

—¡Cállate!

Por la reacción de Grace, Skye supo que no había gritado solo en su mente.

La preocupación suavizó los rasgos de Grace —Va a peor, ¿verdad, Skye? Es la maldición de ese maldito varego.

«Te menosprecia».

—¡No necesito que te compadezcas de mí! —soltó Skye. El peso del legado de desconfianza de su padre y de la maldición eran una carga demasiado grande. Aunque no le picaba, se rascó el brazo.

—Skye —dijo Grace, abriendo las manos—. Vamos a respirar hondo y calmarnos, ¿vale?

—¿Cómo pretendes que me calme? ¿Lo estarías tú si los varegos hubieran capturado a tu amante? —Skye fingió comprender de repente—. Ah, pero ¿quién iba a estar tan loco como para quererte?

Dolor. Solo había durado un latido, pero Skye lo había visto. Una pequeña parte de ella olió sangre y sonrió.

—No importa. Sé que no querías decir eso —respondió Grace, aunque no pudo evitar que la mirada se le encendiese.

—Solo he dicho lo que todo el mundo sabe —El vacío maligno que había suplantado la confianza de Skye quería más. Al notar la debilidad de Grace y la suavidad de sus palabras, siguió insistiendo y señaló hacia el campamento—. Hasta tus amigos mercenarios lo saben. Que, al final, a Grace O'Malley solo le importa una persona: ella misma.

Grace dejó de sonreír.

Ahora lo hacía Skye. Sí. Eso es. Muestra tu verdadera personalidad. Demuestra que eres tan pequeña como yo».

—Eres mi clienta y mi amiga —dijo Grace—. No sé lo que estás haciendo, pero te aconsejo que pares.

«Te aconsejo que pares,»—repitió Skye, burlona—. ¡Escuchad cómo la gran dama de la bahía de Clew emite su noble decreto!

Grace dejó escapar un suspiro de exasperación.

—¿Te molesta, Grace? —Skye estaba sonrojada por la furia.

—La verdad es que me molesta que esta maldición te haga decir y hacer cosas de las que te arrepentirás en el futuro —contestó.

—Eso me ha sonado a amenaza. ¿Lo era? ¿Has sido tan estúpida como para insultar y amenazar a una hija de las lanzas? —Skye cogió su arma y estampó el asta en el suelo duro. Hasta ese pequeño movimiento la dejó débil y sin aliento, lo que la enfadó más que nunca.

Alguien tosió fuerte y Skye vio al Cuervo Plateado del tamaño de un roble entrar en el claro. Zander, «el Inmortal», iba sin camiseta, pero llevaba la maza posada en el hombro izquierdo. Lo había llevado hasta allí la cría de lince a la que los mercenarios inexplicablemente habían llamado Perro, que saltó a la caja donde lo había visto unos minutos antes. «¿Habrá ido a buscar a Zander para que dejemos de discutir?»

Skye frunció el ceño. Una creciente paranoia le hizo dar un paso atrás para mantenerse fuera del alcance de los ataques de Zander. A pesar de sus cicatrices, se había ganado el sobrenombre de «el Inmortal» porque nunca lo habían matado en Aetérnum, y no costaba comprender la razón: era una torre de músculos.

—Escuchad, amigas mías —exclamó en su fuerte acento griego—. Os oía desde allí —señaló hacia más allá del brasero con un tonificado brazo.

—Ahora no es buen momento, Zander —replicó Grace, gesticulando con los brazos como si estuviese indicando a un oso que volviese a su cueva.

—¡Vale! Entiendo —dijo.

—Bien.

Zander dio un paso hacia Skye.

—¡Zander!

Este no escuchó el aviso de Grace. No quedaba nada de su típico comportamiento de minotauro ligeramente confuso. Ahora tenía el ceño ligeramente fruncido y estaba mirando a Skye a los ojos con intensidad, como si pudiese ver el remolino de pensamientos odiosos y aterrados en su cabeza.

A Skye no le gustaba. No quería que la viesen.

Por el rabillo del ojo, vio que Grace se movía hacia ella.

—Aléjate, Grace —gruñó Skye mientras se agachaba para colocarse en posición de combate.

—¿Cómo...? Skye, Zander, ¿qué hacéis? —preguntó Grace.

—Grace, quédate ahí —le dijo Zander sin apartar la mirada de Skye—. Sabes muchas cosas que yo no, pero conozco los corazones de los guerreros y sé lo que necesita esta hija de las lanzas.

—¿Y qué es? —preguntó Skye con el corazón retumbándole en los oídos.

—Sentir con esto —señaló a su propia cabeza— y pensar con esto —apuntó al corazón.

Zander no se movió, pero Skye podía sentir la tensión.

Se levantó una corriente de aire y una hoja pasó entre los dos guerreros, perezosa.

Mientras caía, a Skye le pasó algo.

Por primera vez en meses, lo veía todo con claridad, sin el velo de la maldición tapándole los ojos.

Las orejas de Perro están aplastadas. Las garras astillaban la caja que tenía debajo.

La mano derecha de Grace buscaba su trabuco.

Zander apretaba con fuerza el mango de la maza.

La hoja se posó en el suelo.

Zander asestó un golpe diagonal hacia abajo con la maza, como Skye esperaba. Se agachó para esquivarlo y barrió con la lanza para tirar a su rival, ¡pero su fuerza había desaparecido Y el golpe rebotó!

Skye recogió la lanza para clavarla en el flanco expuesto de Zander.

Sin embargo, este se había girado hacia ella y usó el impulso del ataque inicial para continuar moviéndose hacia su nueva posición. Skye se giró para esquivarlo, pero era demasiado tarde y recibió un golpe de refilón en el hombro.

Dolorida, gruñó. Estaba viendo estrellas.

Cuando se le aclaró la mirada, Zander cargaba hacia ella, blandiendo la maza con las dos manos sobre la cabeza.

Se lanzó contra su contrincante y se deslizó entre sus piernas, ignorando el dolor de los arañazos de las rocas.

Zander y Skye se rodearon, buscando una abertura.

«Ahí».

Cargaron con un grito de guerra.

Ella embistió; él blandió.

¡CLANG!

El choque provocó una lluvia de chispas.

La lanza de Skye vibraba contra la fuerza del golpe de Zander y amenazaba con hacerle pedazos los brazos, pero no la soltó.

Y entonces, la sintió. Una lágrima le caía por la mejilla. Una lágrima de alegría.

Zander estaba sonriendo como un maníaco.

Skye se empezó a reír. Sin dudar, Zander la acompañó Bajaron las armas.

El hombre le ofreció el brazo y Skye se lo apretó.

—Sigues siendo una guerrera —le dijo, acercándose—. Nunca lo olvides.

—No tengo ni idea de lo que acaba de pasar —admitió Grace, negando con la cabeza tras silbar—, pero ¿estáis los dos bien?

—Sí. Gracias a él —respondió Skye mirando a Zander.

—¡Ah! —Tras asentir, el hombre olfateó y se giró, alarmado—. ¡Mis tartas de limón! ¡Se están quemando! Ojalá tuviese una cocina de verdad en lugar de un.... brasero —se quejó mientras volvía corriendo al fuego.

—Tenías razón. —Tras irse Zander, Skye enfundó la lanza a su espalda y miró a Grace—. Ya lamento cómo te he tratado. Lo siento.

Grace agitó la mano diciéndole que lo olvidase, pero Skye continuó:

—Tenía miedo. Sigo teniéndolo. Miedo de morir. Algo que nunca había tenido. Y me avergüenza lo que soy ahora. ¿Qué soy, Grace?

—Humana, me parece. —Grace sonrió y, esta vez, Skye sintió la calidez del gesto—. Yo también me equivocaba al intentar protegerte. Al juzgarte. Sé que quieres salvar a Aidyn. No debí haberte detenido.

Skye asintió.

—Y quiero que sepas esto —añadió Grace—. Te considero una amiga, Skye. Me importas.

Skye sintió el calor de las lágrimas que le caían por las mejillas mientras abrazaba a Grace. Olía a cuero y al mar.

—Y tú a mí —dijo.

—Para ser sincera, creo que me va a costar mucho rescatar a Aidyn. Así no puedo luchar. —Skye se miró a las manos, como si la respuesta estuviese allí.

Es espeluznante pensar en el monstruo en el que te convertirás cuando te quitemos esa maldición —respondió Grace, negando con la cabeza—. Pero no lucharás sola. Esta vez, iré contigo. Las ancianas tenemos que apoyarnos, ¿no?

—Aquí solo veo a una anciana —se burló Skye.

—Menos mal que vuelves a ser tú. —Grace le devolvió la sonrisa—. Y ahora, deja que vea ese mapa.

Skye sonrió. Por ahora, disfrutaría de la paz que los Cuervos Plateados le permitían sentir y que perforaba la oscuridad que rodeaba su corazón. Por ahora, se permitirá tener esperanza.

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