Historias de Aetérnum: Relatos del exilio

12 de marzo de 2021
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tradición

—No me suena haberte visto antes por aquí —dijo el camarero, acercándose a mi asiento. —Me llamo Bao. Lo dijo de forma exuberante, como si los colonos solieran contar sus hazañas al calor de la hoguera por toda Aetérnum.


Señaló un barril de madera que había junto a nosotros y le respondí inclinando la cabeza. Llenó un vaso y lo empujó hacia mí sobre la madera roja y desgastada de la barra antes de continuar.


—Soy dado a apostar, así que me juego dinero a que has venido a los Altos de Escamanegra buscando algo más que un lugar donde beber y unas vistas bonitas —dijo mientras paseaba la mirada entre la espada que colgaba de mis caderas y el arco a mi espalda.


Estaba en lo cierto, por supuesto. Al contrario que las leyendas sobre Bao, las leyendas sobre la emperatriz corrupta habían recorrido la parte meridional de la isla durante los últimos meses, despertando la curiosidad de muchos guerreros expertos, entre los que me encontraba. No importaba qué peligros o riesgos acecharan en Aetérnum: el oro y las riquezas siempre iban de la mano. Había viajado en dirección noroeste hasta los Altos de Escamanegra siguiéndoles la pista a estos oscuros rumores, y la rápida conclusión de Bao había confirmado mis sospechas.


—Para compensarte por el oro que habrías conseguido por esa apuesta, estoy dispuesto a pagarte por cualquier pista que puedas darme sobre los rumores acerca de la emperatriz —comenté alzando la vista de mi bebida para encontrarme frente a frente con Bao.


Este miró a ambos lados de la estancia casi desierta. Al verse satisfecho por no encontrar a ningún parroquiano que estuviera prestándonos atención, comenzó a hablar: —Claro, aventurero, puedo contarte relatos sobre nuestra emperatriz, y te aseguro que tu viaje no ha sido en vano.


—Su nombre es Taiying. —Bao se inclinó sobre la barra, cogió un vaso y comenzó a limpiarlo con un trapo mientras relataba su historia—. Es la primogénita de los emperadores de la dinastía Zhou de China, de donde procedemos muchos de los habitantes de los Altos de Escamanegra. Era una joven muy inteligente, destinada al trono y la grandeza. Creció en palacio, donde la educaron las mentes más brillantes del país, junto con su medio hermano Shang Wu, el hijo ilegítimo del emperador y una concubina.


—A medida que fue creciendo, se fue ganando los corazones del pueblo y consiguió muchos seguidores leales por su belleza e intelecto. Muchos pretendientes se le declararon, pero ella los rechazó a todos, ya que no quería compartir su reino, sobre todo con alguien que no la amara y solo buscara poder político al pedir su mano. El misterio de que no se hubiera casado atrajo a aún más admiradores, y a todos les dio con la puerta en las narices.


Asentí con vehemencia, intentando que Bao continuara con su disperso relato de la historia de la emperatriz. Había venido para saber si los rumores sobre la flota corrupta eran ciertos, no a escuchar las aventuras amorosas de una joven monarca.


Bao prosiguió haciendo caso omiso a mi petición de que se apresurara. —Aunque no todos amaban a la joven emperatriz. Muchos pedían que fuera un hombre quien se hiciera con el trono por tradición o porque no les gustaba que hubiera rechazado a todos sus pretendientes. Poco a poco, el apoyo para que su medio hermano Shang Wu subiera al trono creció en secreto, y él se aprovechó de esto reuniendo su propio ejército. La noche antes de la coronación de Taiying, Wu utilizó sus tropas para expulsarla de palacio. Entonces, se vio obligada a huir con sus seguidores más fieles hacia el mar. Cuando el ejército de Shang Wu llegó para acabar con ella y con sus simpatizantes, la joven se apropió de los barcos anclados en el puerto cercano y partió lejos de China. De joven había oído rumores sobre Aetérnum, la tierra de la Vida Eterna, por lo que navegó por el Atlántico decidida a encontrar la isla y recuperar el poder.

Volví a asentir en silencio y reprimí el impulso de añadir algo, ya que presentía que Bao estaba a punto de desembuchar la información que estaba buscando.


Bao negó melancólicamente y perdió la alegría que había demostrado hasta el momento. —Yo participé en esa travesía. El plan siempre fue volver a China con el poder de la vida eterna —si los rumores estaban en lo cierto— y usarlo para recuperar el trono. Por desgracia, como es habitual cuando los barcos navegan demasiado cerca de Aetérnum, nuestra flota encalló debido a las tormentas de la isla y la marea nos empujó hasta los Altos de Escamanegra.


—Pero eso no bastó para detener a Taiying. Consiguió llegar a tierra firme y conquistar el territorio, donde conoció a un agente corrupto que le prometió poder, vida eterna y la venganza que tanto ansiaba. Al gozar del poder de la Corrupción, transformó a muchos de sus leales súbditos y creó su ejército de Dinastía Corrupta. El resto huimos —Concluyó Bao, con los ojos llenos de furia ardiente. Siguió limpiando el vaso enérgicamente, a pesar de haberlo dejado como los chorros del oro durante el relato.


Bao bajó la voz y prosiguió: —Las historias que se cuentan sobre una flota corrupta son ciertas. Zhou Taiying quiere construir una flota nueva para volver a China y recuperar el trono, y de paso, conquistar el mundo. Hemos visto... cosas muy extrañas por aquí desde que se volvió corrupta. Poderes nunca antes vistos, potenciados por su venganza.


La carga emocional resultaba palpable en el rostro de Bao cuando terminó su relato. No obstante, siguió hablando.


—Si buscas más información —continuó, mientras colocaba el vaso limpio en el estante—, y a alguien que pueda pagar por tus servicios, la mujer que buscas es Zeng Lingyun, antigua sirvienta de la emperatriz. Está en la ciudad. Puedes preguntar por su paradero mañana —dijo señalando la luna y las estrellas que nos iluminaban desde la ventana cercana.


Le di las gracias a Bao por la información y la bebida y deslicé algunas monedas de oro de mi monedero sobre la barra.


—Buen viaje, aventurero, y buena suerte —Bao se dio la vuelta—, la vas a necesitar —le oí mascullar al tiempo que me levantaba para marcharme.

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